Dulces finales: Cómo elegir vinos para postres sin caer en el exceso

El maridaje con postres suele ser el gran olvidado, y sin embargo, es donde muchos vinos dulces encuentran su momento de gloria. La clave está en una regla sencilla pero fundamental: el vino siempre debe ser más dulce que el postre. De lo contrario, el vino se volverá plano o incluso ácido en boca.

Para postres con chocolate amargo o semi amargo, como una torta de chocolate intenso o trufas, un vino tinto dulce o fortificado —como un Porto o un Malbec tardío— logra una combinación lujosa y envolvente. Las notas a ciruelas secas, cacao y especias complementan el chocolate sin competir con él.

Si el postre lleva frutas frescas o cítricas, como una tarta de limón o una pavlova con berries, un espumante Brut Nature o un Moscatel bien frío refresca el paladar y aporta contraste. ¿Postres con crema o caramelo? Ahí entra en juego el vino de cosecha tardía: un Late Harvest de uva Sauvignon Blanc o Semillón ofrece notas a miel, durazno y flores que elevan cada bocado.

El cierre de una comida no tiene por qué ser predecible. Un buen vino dulce, servido a la temperatura adecuada y en copa pequeña, puede convertirse en ese detalle memorable que tus invitados no olvidarán.

Carne y carácter: Encuentra el vino tinto ideal para tu corte favorito

Si hay algo que une a los amantes del buen comer es la pasión por una buena carne. Ya sea a la parrilla, al horno o en un guiso lento, cada corte tiene su personalidad… y su vino ideal.

Los cortes clásicos del vacuno, como el lomo vetado, la entraña o el asado de tira, tienen grasa y sabor. Ahí entra en escena el Cabernet Sauvignon: con su potencia, sus taninos firmes y notas a frutos negros y especias, es el compañero natural de una carne bien jugosa.

Para cortes más magros como el filete o el lomo liso, el Merlot se lleva los aplausos. Más amable en boca, con fruta madura y taninos más suaves, acompaña sin robar protagonismo. ¿Cordero o carnes de caza? Un Syrah chileno, con toques de pimienta negra, aceituna y mora, aporta la intensidad necesaria para platos de sabor más salvaje.

Una recomendación útil: si el plato lleva salsas intensas (como reducción de vino tinto, champiñones o pimienta), considera el maridaje con base en la salsa más que en la carne. El vino debe complementar todos los elementos del plato, no solo la proteína.

Mar y Vid: El arte de maridar vinos con pescados y mariscos


Pocos placeres se comparan con una copa de buen vino frente a un plato de mariscos frescos o un pescado recién preparado. Pero para que esa combinación realmente brille, el maridaje debe ser preciso. No se trata solo de blanco con pescado: se trata de encontrar la armonía justa entre acidez, frescura y textura.

Los pescados blancos, como la merluza, el lenguado o el róbalo, funcionan de maravilla con un Sauvignon Blanc chileno: su acidez vibrante y notas cítricas realzan la suavidad del pescado sin dominar el plato. Para mariscos delicados como ostiones, almejas o camarones, un Chardonnay joven, sin paso por barrica, aporta cuerpo ligero y una paleta de sabores sutil que respeta los sabores del mar.

¿Salmón o atún? Ahí el juego cambia. Estos pescados más grasos requieren un vino con más estructura: un Pinot Noir ligero, con notas a frutos rojos, es una opción sofisticada que sorprende. Y si quieres salir de lo convencional, prueba con un espumante Brut: la burbuja limpia el paladar y realza el umami marino.

Un consejo final: la temperatura importa. Los blancos para pescados y mariscos deben servirse fríos, entre 8 y 10 °C. Esa frescura no solo resalta el vino, sino también la textura y sabor del plato.